jueves, 5 de junio de 2014

El sagrado día de Pentecostés.

XVII   

El sagrado día de Pentecostés.

       Toda la sala del Cenáculo estaba, la víspera de la fiesta, adornada con plantas en cuyas ramas se colocaron vasos con flores. Guirnaldas verdes colgaban de uno y otro lado de la sala. Las puertas laterales estaban abiertas; sólo la entrada principal del portón estaba cerrada. Pedro estaba revestido de sus vestiduras episcopales con capa adornada, delante de la cortina del Santísimo, debajo de la lámpara, donde había una mesa cubierta con un paño blanco y rojo con rollos escritos. Frente a Pedro, cerca de la entrada del vestíbulo, estaba María cubierta con el velo y, detrás de ella, las otras santas mujeres. Los apóstoles se hallaban en dos hileras, a ambos lados de la sala, con el rostro vuelto hacia Pedro. Detrás de los apóstoles, en las salas laterales, estaban los discípulos de pie, para formar el coro en el canto y en la oración. Cuando Pedro bendijo los panes y los distribuyó, primero a María santísima, luego a los apóstoles y discípulos, cada uno le besaba la mano. La Virgen santísima también lo hizo. Estaban presentes en la sala del Cenáculo ciento veinte personas, sin contar a las santas mujeres.
       A medianoche se sintió una conmoción extraordinaria en toda la naturaleza, que se comunicó a los que estaban junto a las columnas y en las salas laterales, en profunda devoción, orando con los brazos cruzados sobre el pecho. Una sobrenatural tranquilidad y sensación de quietud se esparció por toda la casa, y en los alrededores reinaba religioso silencio.