domingo, 12 de mayo de 2013

La fe en el Espíritu Santo

La Iglesia profesa de manera incesante su fe: en nuestro mundo hay creado un Espíritu que es un don increado. Es el Espíritu del Padre y del Hijo.  Como el Padre y el Hijo, es increado, inmenso, eterno, omnipotente. Dios y Señor. Este Espíritu de Dios «llena el universo», y todo lo creado reconoce en Él la fuente de su identidad, encuentra en Él su expresión trascendente, se dirige a Él y le espera, le invoca con todo sus ser. A Él, como al Paráclito, como al Espíritu de verdad y de amor, acude el hombre que vive de verdad y amor y que no puede vivir sin la fuente de la verdad y el amor. A Él acude la Iglesia, que es corazón de la humanidad, para invocarle por todos y para que a todos les conceda los dones del amor, por cuyo medio se derramó en nuestros corazones. A Él acude la Iglesia a través de los complicados caminos de la peregrinación del hombre en la tierra, y suplica, suplica constantemente la rectitud de los actos humanos, como obra suya; suplica el gozo y el consuelo que sólo Él, el verdadero consolador, puede darnos viviendo a lo íntimo de los corazones humanos; suplica la gracia de las virtudes que merecen la gloria celestial; suplica la salvación eterna, en la comunicación plena de la vida divina, a la que el Padre ha predestinado eternamente a los hombres, creados por amor a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad.



Gemimos, pero en confiada espera de una esperanza indefectiblemente, porque realmente Dios, que es Espíritu, se a ha acercado a este ser humano. Dios Padre envió a su propio Hijo revestido de una carne semejante a la del pecado y, ante la presencia del pecado, condenó el pecado. En el momento culminante del misterio pascual, el Hijo de Dios, que se hizo hombre y fue crucificado por los pecados del mundo, se presentó en medio de sus apóstoles después de la resurrección, sopló sobre ellos y les dio: «Recibid el Espíritu Santo». Este soplo permanece para siempre. Por eso «el Espíritu acude siempre en ayuda de nuestra debilidad».


Fuente: Mi decálogo para el tercer milenio. (Juan Pablo II)

No hay comentarios:

Publicar un comentario