domingo, 19 de mayo de 2013

Pentecostés: Con la venida del Espíritu Santo nace la Iglesia



Luego de su Pasión y Muerte, Jesús Resucitado se aparece a los Apóstoles demostrando que había vencido sobre la Muerte:

         "Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí,
yo también los envío a ustedes»  Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los 
que ustedes se los retengan»."



Luego de que dos de los discípulos, caminando hacia Emaús encontraran a Jesús y lo reconocieran cuando, al invitarlo a quedarse con ellos, hizo la bendición y el gesto de partir el pan. fueron a contarlo inmediatamente a los Apóstoles. Aún hablaban de esto cuando Jesús nuevamente se les aparece:


       "Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo».
       Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?».
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
       Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así esta escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto»."

Les recomendaba que no salieran de Jerusalén, pues Él volvía a su Padre pero en su lugar enviaría al Paráclito, Aquel que les recordaría todo lo que Él les había enseñado y Quién infundiría los dones y los carismas necesarios para salir sin temor a realizar la Misión que les había encomendado.

Luego de que Jesús durante 40 días continuara manifestándose a los Apóstoles, el día de su Ascención al cielo fueron a Galilea, como Jesús les había pedido:


      "Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo,
se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»."

Diez días más tarde de este acontecimiento (y 50 días después de la Pascua), en Jerusalén se congregaban judíos de todas las provincias porque celebraban Pentecostés, fiesta agrícola de ofrenda de las primicias de las cosechas a Yahvéh, como está descrito en Los Hechos de los Apóstoles. 

Ese día se produciría el gran acontecimiento de la venida del Espíritu Santo para "confirmar a la Iglesia" como testigo de la Muerte y Resurrección de Cristo. 
Es la Fiesta de la Iglesia: tenemos aún hoy, la misión de proclamar a Jesús como nuestro Salvador y Señor y de ser, como lo fueron los Apóstoles, "pescadores de hombres", preocupados por acercar a los demás a Cristo y rezar por la salvación de la humanidad.


Leemos en el Libro de los Hechos:

      Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino  del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo.
      Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia
lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios».

Serían revestidos con la fuerza que viene de lo alto, la fuerza del amor de Dios que impulsa a salir a proclamar al mundo las maravillas de Dios.
El Espíritu Santo permanentemente derrama sus dones sobre la Iglesia para que seamos fortalecidos y dejemos de lado todo temor y toda prudencia humana para salir a proclamar el Evangelio.

Juan Pablo II dijo: 

"El Espíritu Santo es, en verdad, el protagonista de toda la misión eclesial."  (RM, N° 21.).

También nos decía esto: 

"Después de la Resurrección y Ascensión de Jesús, los Apóstoles vivieron una profunda experiencia que los transformó: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convirtió en "testigos", infundiéndoles una serena audacia que los impulsó a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los animaba. El Espíritu les dio la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad.

Espíritu de verdad,
que conoces las profundidades de Dios,
memoria  y profecía de la Iglesia,
dirige a la humanidad para que reconozca
en Jesús de Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, 
la culminación de la Historia.
¡Ven, Espíritu de amor y de paz!
Amén





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